jueves, 21 de enero de 2016

EL ALTAR ¿QUÈ LUGAR OCUPA EN EL CULTO?



¿CONSIDERA usted el altar un elemento fundamental en su culto? Para muchos fieles que asisten a las iglesias de la cristiandad, el altar tal vez ocupe el lugar más importante. Ahora bien, ¿ha examinado alguna vez lo que revela la Biblia sobre el uso de los altares en el culto?
El primer altar mencionado en las Escrituras fue el que erigió Noé para ofrecer sacrificios de animales cuando salió del arca que lo había preservado con vida durante el Diluvio (Génesis 8:20).*
Tras la confusión de los idiomas en Babel, los seres humanos se esparcieron por toda la superficie de la Tierra (Génesis 11:1-9). Su tendencia innata a adorar los impulsó a acercarse a Dios, a quien conocían cada vez menos y a quien “buscaban a tientas” (Hechos 17:27; Romanos 2:14, 15). Desde los días de Noé, numerosos pueblos, con diferentes culturas y religiones, han construido altares para sus dioses y los han utilizado en la adoración falsa. Como estaban alejados del Dios verdadero, algunos los emplearon en horrendos rituales que incluían sacrificios de hombres, mujeres e incluso niños. Algunos reyes de Israel abandonaron a Jehová y erigieron altares a Baal y otros dioses paganos (1 Reyes 16:29-32). Ahora bien, ¿qué puede decirse del uso de los altares en la adoración verdadera?
Los altares y la adoración verdadera en Israel
Después de los días de Noé, hubo hombres fieles que levantaron altares para adorar al Dios verdadero, Jehová. Abrahán construyó altares en Siquem (cerca de Betel), Hebrón y el monte Moria, donde sacrificó, en lugar de Isaac, el carnero que Dios le dio. Y posteriormente, Isaac, Jacob y Moisés se sintieron impulsados a usar altares en su adoración a Dios (Génesis 12:6-8; 13:3, 18; 22:9-13; 26:23-25; 33:18-20; 35:1, 3, 7; Éxodo 17:15, 16; 24:4-8).
Cuando Dios entregó su Ley a Israel, les encargó la construcción del tabernáculo, una tienda portátil llamada también “la tienda de reunión”, que constituía la figura central en el acercamiento de la nación a Dios (Éxodo 39:32, 40). El tabernáculo, o tienda, contaba con dos altares. El de las ofrendas quemadas, de madera de acacia y revestido de cobre, estaba situado delante de la entrada, y en él se sacrificaban animales (Éxodo 27:1-8; 39:39;40:6, 29). El altar del incienso, también de madera de acacia pero revestido de oro, se hallaba dentro del tabernáculo, delante de la cortina del Santísimo (Éxodo 30:1-6; 39:38;40:5, 26, 27). En él se quemaba un incienso especial dos veces al día, por la mañana y por la tarde (Éxodo 30:7-9). Al igual que el tabernáculo, el templo que construyó el rey Salomón también contaba con dos altares.
“La tienda verdadera” y el altar simbólico
Con la Ley, Jehová proporcionó a Israel mucho más que un conjunto de normas que regulaban la vida de su pueblo y la forma de acercarse a él mediante la oración y el sacrificio. Una gran parte de su contenido constituía, en palabras del apóstol Pablo, “una representación típica”, “una ilustración” o una “sombra de las cosas celestiales” (Hebreos 8:3-5; 9:9; 10:1; Colosenses 2:17). Dicho de otro modo, numerosos aspectos de la Ley no solo guiaron a los israelitas hasta la venida del Cristo, sino que también suministraron una vislumbre de los propósitos divinos que se cumplirían mediante Jesucristo (Gálatas 3:24). En efecto, ciertos aspectos de la Ley tenían valor profético. Por ejemplo, el cordero pascual, cuya sangre simbolizó salvación para los israelitas, prefiguró a Jesucristo. Él es “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, aquel que derramó su sangre para liberarnos del pecado (Juan 1:29; Efesios 1:7).
Muchos elementos relacionados con el servicio del tabernáculo y del templo representaron realidades espirituales (Hebreos 8:5; 9:23). De hecho, Pablo escribió sobre “la tienda verdadera, que Jehová levantó, y no el hombre”, y añadió: “Cristo vino como sumo sacerdote de las cosas buenas que han llegado a realizarse, mediante la tienda más grande y más perfecta no hecha de manos, es decir, no de esta creación” (Hebreos 8:2; 9:11). “La tienda más grande y más perfecta” era el gran templo espiritual de Jehová, que, en el lenguaje de las Escrituras, representa el medio por el cual los seres humanos pueden acercarse a Jehová basándose en el sacrificio propiciatorio de Jesucristo (Hebreos 9:2-10,23-28).
Cuando aprendemos en la Palabra de Dios que algunas de las estipulaciones y normas de la Ley prefiguran realidades espirituales de mayor alcance e importancia, no hay duda de que se fortalece nuestra fe en la inspiración de la Biblia. Asimismo se profundiza nuestro aprecio por la sabiduría divina que se manifiesta de forma singular en las Escrituras (Romanos 11:33; 2 Timoteo 3:16).
El altar de la ofrenda quemada también tiene un valor profético. Todo parece indicar que representa la “voluntad”, o buena disposición, de Dios de aceptar el sacrificio humano perfecto de Jesús (Hebreos 10:1-10).
El apóstol Pablo hace este interesante comentario más adelante en la carta a los Hebreos: “Tenemos un altar del cual no tienen autoridad para comer los que efectúan servicio sagrado en la tienda” (Hebreos 13:10). ¿A qué altar se refería?
Numerosos comentaristas católicos consideran que el altar de Hebreos 13:10 correspondeal que se utiliza en la eucaristía, “sacramento” en el que, según se afirma, se repite el sacrificio de Cristo durante la misa. Pero el contexto indica que Pablo alude a un altar simbólico. Varias autoridades en la materia atribuyen un sentido figurado al término altar en este versículo. El jesuita Giuseppe Bonsirven señala que tal interpretación “está en perfecta armonía con el simbolismo de la epístola [a los Hebreos]”, y agrega: “En el vocabulario cristiano, al vocablo ‘altar’ se le asigna al principio una connotación espiritual, y es solo tras Ireneo, y en especial después de Tertuliano y san Cipriano, que se lo vincula a la eucaristía y en concreto a la mesa eucarística”.
Según cierta revista católica, el uso del altar se extendió en los “días de Constantino” con la “construcción de basílicas”. La Rivista di Archeologia Cristiana indica: “Lo cierto es que durante los dos primeros siglos no podemos hablar de lugares de culto fijos, sino de reuniones litúrgicas en hogares particulares [...], cuyas habitaciones, al concluir la ceremonia, recuperaban inmediatamente su función original”.
La cristiandad y el altar
El altar es, según la revista La Civiltà Cattolica, “el punto central no solo del edificio religioso, sino también de la Iglesia viva”. Sin embargo, Jesucristo no instituyó ninguna ceremonia religiosa ante un altar ni encomendó tales celebraciones a sus discípulos. En la mención del altar en Mateo 5:23, 24 y en otros versículos, Jesús alude a las prácticas religiosas que predominaban entre los judíos; no estaba indicando que sus seguidores tuvieran que utilizar un altar para rendir culto a Dios.
El historiador estadounidense George Foot Moore (1851-1931) escribió: “Las principales características del culto cristiano no variaban, pero con el tiempo los sencillos ritos descritos por Justino a mediados del siglo segundo adoptaron un carácter imponente”. Los ritos católicos y las ceremonias religiosas públicas son tan numerosos y complejos que en los seminarios católicos constituyen una asignatura: la liturgia. Moore añadió: “Esta tendencia, inherente a todo ritual, se vio favorecida enormemente por la influencia del Antiguo Testamento cuando al clero cristiano se le consideró el sucesor del sacerdocio del anterior régimen religioso. Las espléndidas vestiduras del sumo sacerdote, la ropa ceremonial de los sacerdotes, las procesiones solemnes, los coros de levitas que entonaban salmos y las nubes de incienso que brotaban de oscilantes incensarios parecían un modelo divino de culto religioso que justificaba el esfuerzo de la Iglesia por competir con la pompa de los cultos antiguos”.
Tal vez le sorprenda saber que numerosos ritos, ceremonias, ropajes y otros elementos utilizados en el culto de muchas iglesias no siguen las enseñanzas de los Evangelios, sino las costumbres y los ritos de judíos y paganos. La Enciclopedia Cattolica señala que el catolicismo “ha heredado el uso del altar del judaísmo y, en parte, del paganismo”. Minucio Félix, apologista del siglo III de la era común, escribió que los cristianos ‘no tenían ni templos ni altares’. De forma similar, el diccionario enciclopédico Religioni e Miti afirma: “Para diferenciarse del culto judío y pagano, los primeros cristianos se negaron a utilizar el altar”.
Como el cristianismo se basa sobre todo en la aceptación de principios y en su aplicación en la vida cotidiana de toda persona, ya no hacía falta una ciudad santa ni un templo con altares ni sacerdotes de distintivas vestiduras. “La hora viene —dijo Jesús— cuando ni en esta montaña ni en Jerusalén adorarán ustedes al Padre [...;] los verdaderos adoradores adorarán al Padre con espíritu y con verdad.” (Juan 4:21, 23.) La complejidad de los ritos y el hecho de que haya iglesias que utilicen el altar son indicativos de que se está pasando por alto lo que enseñó Jesús sobre la forma apropiada de rendir culto a Dios.

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